Y ella corrió, a una velocidad que jamás creyó que sus piernas pudieran
lograr. Corrió hasta que miró hacia atras y ya sólo veía oscuridad.
Entonces, cayó en seco. Estaba casi afixiada de tanto correr. Volvió a
mirar atras, y una vez que se aseguró de que nadie la veía, empezó a
llorar, como hacía mucho que no lloraba. Lloró y lloró, hasta que se le
secó el corazón. Entonces, sólo entonces, pudo continuar su camino. Sin
ayuda. Sin correr. Sin llorar.